lunes, 17 de enero de 2011

Estoy roto por dentro y no he podido ni tirar los trozos, siquiera...

El viejo me dijo una vez que ame, porque no era fácil vivir sin amor. Una persona solitaria se emborracha con sus propias lágrimas. Extraños en el tren que se rozan se quieren más de lo que el viejo se querría a el en lo que le restaba de vida.
"Ama, muchacho. Esta vida es demasiado larga como para amar tan poco" me dijo, con voz sucia y de vino barato. Le di veinte centavos por su consejo y seguí andando.

El consejo se me antojo útil y me hizo pensar en la gente que amaba. Encontré muy poca y ninguna el tiempo suficiente como para saber si verdaderamente sentía algo de estima hacia su corazón. Tarea imposible.
Un día observe a un espejo y vi un muchacho pálido y sudoroso que temía por que su cita de esa tarde vaya mal. Odiaba a este tipo. Verdaderamente lo odiaba demasiado. No podía sentirme bien mirándome a los espejos. Odiaba a la persona que aparecía en ellos por haberme jodido la vida y hacerme llegar donde estoy ahora. Me odiaba a mi mismo con toda la fuerza e intensidad que se puede llegar a odiar. Y eso era bueno.

Tal vez llegué a amar, no lo se. Cuando pienso en amor pienso en humo de tabaco y vagones de metro. Pienso en amor árabe o en amor francés, pero no en amor español.
Pienso en los piratas, que aman la libertad del individuo a toda costa. Pienso en Hamlet y en su amor por el honor de su padre, el Rey, muerto. Pienso en Sócrates y vuelvo a odiar, porque los helénicos nunca se habrían llevado bien conmigo. Pienso y pienso y pienso, pero de nada me sirve pensar, si no amo. Porque el fin del pensamiento es amar el mismo pensamiento. Y no amo pensar, solo pensar que no amo.

Entre tanto, veo erotismo en muchachas jóvenes y me viene a la mente el amor carnal. Eso no es amor, eso se llama hedonismo. Las pasiones, los sentimientos y el placer. Yazco con cada una de ellas en los recovecos de mi mente y en mi evidente mirada de anatomista curioso. Todo y saboreo con los ojos. "Ave María purisima, evita que se llene de sangre..." digo, blasfemando dulcemente...



Llego a la conclusion de que amo no amar. No amo y amo eso, ergo amo no amar. Es paradojicamente reconfortante 

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