"Ama, muchacho. Esta vida es demasiado larga como para amar tan poco" me dijo, con voz sucia y de vino barato. Le di veinte centavos por su consejo y seguí andando.
El consejo se me antojo útil y me hizo pensar en la gente que amaba. Encontré muy poca y ninguna el tiempo suficiente como para saber si verdaderamente sentía algo de estima hacia su corazón. Tarea imposible.
Un día observe a un espejo y vi un muchacho pálido y sudoroso que temía por que su cita de esa tarde vaya mal. Odiaba a este tipo. Verdaderamente lo odiaba demasiado. No podía sentirme bien mirándome a los espejos. Odiaba a la persona que aparecía en ellos por haberme jodido la vida y hacerme llegar donde estoy ahora. Me odiaba a mi mismo con toda la fuerza e intensidad que se puede llegar a odiar. Y eso era bueno.
Tal vez llegué a amar, no lo se. Cuando pienso en amor pienso en humo de tabaco y vagones de metro. Pienso en amor árabe o en amor francés, pero no en amor español.
Pienso en los piratas, que aman la libertad del individuo a toda costa. Pienso en Hamlet y en su amor por el honor de su padre, el Rey, muerto. Pienso en Sócrates y vuelvo a odiar, porque los helénicos nunca se habrían llevado bien conmigo. Pienso y pienso y pienso, pero de nada me sirve pensar, si no amo. Porque el fin del pensamiento es amar el mismo pensamiento. Y no amo pensar, solo pensar que no amo.
Entre tanto, veo erotismo en muchachas jóvenes y me viene a la mente el amor carnal. Eso no es amor, eso se llama hedonismo. Las pasiones, los sentimientos y el placer. Yazco con cada una de ellas en los recovecos de mi mente y en mi evidente mirada de anatomista curioso. Todo y saboreo con los ojos. "Ave María purisima, evita que se llene de sangre..." digo, blasfemando dulcemente...
Llego a la conclusion de que amo no amar. No amo y amo eso, ergo amo no amar. Es paradojicamente reconfortante
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