martes, 22 de noviembre de 2011

WilderKatzen.

El relojoj rototo de pusilánime pulsera se detienene definitivamente. Con ese detenimiento de movimiento en el continente de la esfera de cuarzo del reloj se acaba un ciclo. Los engranajes se encajan definitivamente en una posición. Las sensaciones rotas de que nada avanza se avecinan con un puñal de conciencia en la mano.
Y el babuino que llevaba el reloj en su peluda y adaptada muñeca llora por él, pues significaba mucho en su vida.
Y mientras los acordes se escapan de unos imanes conjuntos que forman un pequeño altavoz. Se van de esas membranas, vuelan por el aire silenciosamente, etéreas; y se introducen en los oídos. 
La música es como los ninjas: no se ve, pero independientemente de eso, siempre esta allí. Y es necesaria. Cuando era muy niño, decía que odiaba la música y realmente la odiaba. Pero era un niño normal. A veces me pregunto que hubiera sido de mi si me hubiera quedado en mi país de origen. Muchísimas veces me he arrepentido de estar aquí, pero he acabado comprendiendo que es mejor no lamentarse por las cosas del pasado que a mirar atras y volver a var lo ocurido en el espacio-tiempo tejido del universo.
 
 Yes, we can!


Mientras mi tejido cerebral va cosiendo retazos de memoria con "The House of the Rising Sun" de B.S.O. me río de todo. Me río por ser hombre y ambiguo. Me siento bien y a la vez, mal.
La gente nunca va a poder estar conforme del todo, ni feliz del todo.
No hay un 100%. En realidad, nada es puro. Y eso es bueno.

La música es preciosa, al igual que las musas que inspiran los poemas de los poetas. La música debe ser cuidada, respetada. Debe ser instrumento de sensaciones y debe ayudar a canalizarlas y a idealizar un sentimiento que produce el creador de esa canción.
Es igual que la poesia. Pero tiene una diferencia fundamental.
El sentimiento de la música suele ser pura. El de los poetas y la  poesía, no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario