jueves, 16 de mayo de 2013

La ollita

El cáncer carcomía los huesos de Pedro. Carcomía su alma con la tristeza de saberse muerto antes de morir y también carcomía su cerebro, porque ese parásito celular se le había ubicado allí. El dolor ,en todos los sentidos y significados de la palabra, era más que insoportable. 

Era triste, sí, pero no era normal su tristeza. Tenía objetivos y era una buena persona. Muchos se volcaron con él, apoyandole. Nunca le dejaron de visitar hasta que se olvidaron y dieron por hecho que ya estaría muerto. Los apoyos no valen nada cuando tu cuerpo se esta pudriendo, bien lo sabía Pedro.

Llamó a la enfermera, para pedirme más morfina. No se la dio. 
Llamó a su médico, pensando en ver si había una ligera recuperación para poder salir, y así pillar algo de maría al buen camello que tanto le había servido en sus breves estancias en el exterior. 
El médico que trataba su caso estaba de vacaciones. Lo normal. 
Descansaba más que trabajaba, 
¡ese maldito oncólogo!



Tocó su hígado y lo sintió. Sintió la pequeña pelotita de la muerte, la primera metástasis que tuvo, viajando del cerebro hasta el hígado. Tuvo que presionar mucho y morir de dolor por hacerlo, pero eso le recordaba que estaba vivo. Una sonrisa sádica se dibujó en su rostro cuando, de repente, escupió sangre. El cáncer le recordaba su mortalidad. 


Volvió a sonreír, volvió a ser inmortal. Si lograba matarse por si mismo, le ganaría la batalla al cáncer, disperso por su cuerpo. Su mente estaba nublada. Seguro que el tumorcito le estaba presionando alguna vía y por eso se sintió presto a perder el conocimiento. No quiso perder el tiempo.

Agarró una muleta y rompió uno de los cristales por donde entraba la luz. No se podía abrir pero con el golpe había hecho un espacio lo suficiente mente grande para caber con su delgado y consumido cuerpo entre las aristas de cristal. asomo la cabeza y pensó con el cerebro podrido que una caída desde un quinto piso sería lo suficiente como para matarlo. Perdió el conocimiento y cayó, siendo feliz. 

Su cuerpo de resquebrajo la pelvis, las costillas y se rompió un fémur en tres partes, mas su cabeza, milagrosa y desgraciadamente, había quedado solo contusionada. Ni un derrame, ni un infarto cerebral. Cuando despertó, lo hizo con mucha rabia. 
El cáncer no había ganado todavía, pero se estaba regodeando de su fracaso con un indescriptible dolor de las costillas rotas presionando sobre el hígado inflamado, primera metástasis de su doloroso delirio.


...Llorar no es de hombres...

No hay comentarios:

Publicar un comentario