miércoles, 15 de mayo de 2013

Hoy saldrá bien cara, amigo...

De repente, pretendio sorprenderse por los hechos que pasaron (y los que pasarían). Cosa que le paso a Juanito cuando, en el lecho de la mujer de turno, se dio cuenta de que era un mujeriego y un irrespetuoso con su chica, la dulce Barbie. Chicaplástica por antonomasia pero no debido a su mote, sino al medio que le rodea. Bárbara se llamaba.

Juanito se acordó de ella mientras duraba el presente coito: era buena, demasiado. Le quería con el corazón al pobre y solitario hombre, que nunca quiso, en realidad, estar con ella. Sus magníficas piernas fueron las que le obligaron a decir que "Si". Pero el Niño Juan, como le llamaban en el barrio, no estaba preparado. Sentía las imaginarias cadenas de la relación pesando sobre él nada más escuchar un "Te quiero" de los labios carmesíes pintados para la ocasión, poco después de acostarse juntos por primera vez: ella era una niña, una Lolita mental.Un brote que simulaba ser una flor. Y en su dulzura esta mujer, regalo de el Señor, era capaz de hacer mejores a los hombres y de sacar las cosas buenas de todas las personas. Menos con Juan, su "flaquito", su "peluche".

Juan era diferente, era de otra pasta. Juan era carismático, tanto como ella. Pero su simpatía reclamaba deseo. Y deseo daba, casi de una manera diabólica. Era sexualmente atractivo para todas las mujeres, pero ese privilegio le agrió el corazón porque no tuvo que esforzarse en conseguir nada alguna vez. Todo se lo dieron, pero Juan eso no veía. Su Bárbara era una más, era su trofeo conseguido. Era la Chicaplástica más linda de todas, pero estaba de exibición, no para uso.Y el amor que sentía hacia ella era el que se puede tener por un buen Ferrari nuevo.


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Barbie había estado llorando. Lloraba todas las noches y a todas las horas. Lloraba en un cuartito o de camino hacía el tren. Barbie no lloraba de costumbre: se dolía cada vez como si fuese la primera vez que las lágrimas cruzaran su rostro y vivía confusa antes ese nuevo asombro de llanto constante. 
Estaba sola, pero no desde un punto de vista social. Todos la llamaban y la querían: ella lo sabía. Pero ¡Dios!, su mundo era diferente una vez cruzadas las puertas de su casa. El plástico con el que se recubría todas las veces al salir de casa no era el mismo, una vez despojada su armadura feliz y perfecta.

Barbie se dolía de Juan. De no poder hacer nada con él. Le quería, le quería mucho, muchisimo. Pero nunca llegaría a amarle. Y, armándose de valor, se preparó para contarle todos sus sentimientos al respecto. Sentimientos que nunca serían escuchados a conciencia por Juanito, que se vio despojado de su posesión más valiosa y lucharía con sangre para retenerla.

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