domingo, 17 de abril de 2011

Soldadito de Poliester

Acababa la jornada de trabajo a las seis y media, como de costumbre. Muchos de sus compañeros se quedaban horas en la oficina a completar el trabajo que no hacían durante la jornada, mientras miraban con deseo a las secretarias, jugaban al Poker por el ordenador o (peor aún) perdían horas junto a la máquina de café.


Le ponían enfermos los oficinistas máquinas-de-café. Eran vagos e incultos. Trataban de hacer todo tipo de amigos en la oficina y eran de las mejores marujas que podía haber en cualquier empresa. Si era posible que alguien tuviera un ascenso, hubiera un futuro despido, o una reducción drástica de plantilla, los "Máquinas-de-Café" lo sabrían antes que nadie, incluso por encima de otros subjefes. Y por eso valían tanto. Por conceptos como "Antigüedad" o "Experiencia", sin dar un palo al agua y aprovechándose de los auténticos trabajadores, que doblaban sus espaldas todos los días por el subjefe de turno.
Le ponían enfermo, pero no tendría que soportarlos, porque el terminaba su trabajo a las seis y media y ellos se quedaban, a veces, hasta medianoche para terminar lo que se supone que es su trabajo. Así que, aparto a esa "escoria" de su cabeza y salio por el el vestíbulo de cristal de la oficina y oliendo el aire fresco, puro y frío de la ciudad.


Era un día perfecto para él. Fue informado de un posible ascenso (junto con su correspondiente aumento de sueldo) por haber sido cumplidor en los tres años que llevaba en la empresa. Ahora se iba a  convertir en un subjefe y tendría a gente a su cargo, por debajo de él. Enseñaría disciplina  a muchos de ellos, sin duda.


Se iba regocijando de su actitud pasada, cuando llego con un curriculum intachable, Máster en Económicas con muchos cursos en países extranjeros (sobre todo en Estados Unidos) y una fluida conversación en Ingles y Alemán, que le permitían acceder a cualquier empresa que se pudiera permitir un trabajador competente. Y él lo era.

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