lunes, 23 de julio de 2012

Londres era una ciudad imaginaria para Jaime...

Las estrellas se muestran frías esta noche de verano. Fulgurantes estrellas que tiemblan de frío y de vacío hacia nosotros, guiñándonos el ojo de vez en cuando.
La luna, más cercana y creciente, se encuentra tumbada, casi arabesca. Parece que se esta echando una siesta en medio de su larga jornada nocturna.
En su lunática presencia, el vigilante del parque ignorante de lo que pasa a su alrededor, vigila con los ojos bien abiertos. Tan abiertos como el sueño y la fatiga se lo permiten.. Linterna en mano, se aventura en el parque como si fuera un bosque gigante, un universo amazónico lleno de criaturas a las que hay que tener respeto. Es un vigilante que imagina sin pensar en el fin de mes. Ve cosas que su mente le proporciona con su imaginación.

El hombre aporta, desde las tribunas en las que ve a la naturaleza, el parque y al vigilante. El hombre aporta, mirando desde sus pseudo-cuevas sedentarias en forma de edificios de ladrillo visto, color anaranjado, viendo con ojos golositos como se va apoderando de la naturaleza con constancia y tesón. Como, alienado, ve los resultados de sus patrones, que le dicen donde vivir o pasear, donde comer y hasta en los sitios que puede dormir si se queda pobre y vagabundo. Por eso es una paradoja tan grande que los vagabundos, como el Tuerto Lázaro, duerman dentro de los bancos, en el sitio donde se sitúan los cajeros automáticos. Para reírse se encuentra el mundo y la sociedad, víctima de la miseria humana y del hombre vendido a sus objetos materiales, que coincide con la codicia de los corazones.

Víctima del sistema, el Guardia del parque vuelve a su coche a comunicar con su familia. Se siente solo, otro día más, viviendo para trarbajar y dar de comer a sus hijos. Ese hombre ha cumplido su meta en la vida, siendo feliz con sus criaturas.

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